Urge una visión largoplacista para garantizar el acceso al agua en todo el mundo
Por Xavi Arasanz, Director General de Amiblu en España.
En la última década, el mundo está experimentando una profunda crisis energética, que se ha visto agravada en las últimas semanas, sobre todo en Europa, por la guerra en Ucrania. Más allá del drama humano, el conflicto está afectando profundamente el mercado energético. Casi la mitad del abastecimiento de gas natural en el continente europeo depende directamente de Rusia, el segundo mayor productor de gas natural del mundo, y los precios de la luz y el crudo se han incrementado hasta máximos históricos.
En el caso del agua, las cifras tampoco dibujan una realidad muy optimista. Más del 40% de la población mundial padece escasez de agua. La mayoría de las veces esto se debe a que, lamentablemente, los países donde viven estas personas no disponen de la infraestructura necesaria para realizar una correcta gestión del agua. Por diversos motivos, como la pobreza o la escasez de agua, carecen de los recursos e infraestructuras adecuadas para proporcionar suficiente agua y en condiciones seguras para una vida saludable de sus ciudadanos.
Según Naciones Unidas, 1 de cada 3 personas no tiene acceso a agua potable salubre y 2 de cada 5 personas no disponen de una instalación básica destinada a lavarse las manos con agua y jabón, por lo que alrededor de 1.000 niños mueren cada día debido a enfermedades diarreicas asociadas a la falta de higiene.
Si algo hemos aprendido desde Amiblu en los 65 años que llevamos presentes en el sector del agua es que el acceso a agua potable, el saneamiento y otras necesidades fundamentales de seguridad hídrica –fruto de la aglomeración humana urbana– están en riesgo en algunos países del mundo, y esto exige una respuesta urgente.
En los últimos años, las instituciones y administraciones públicas se han visto sensibilizadas acerca de cómo las acciones del ser humano afectan al medio ambiente. Estamos viviendo épocas de fenómenos meteorológicos preocupantes (derivados del impacto de la contaminación por CO2 y el consiguiente cambio climático), como la Gota Fría, que provocan fuertes lluvias y temporal con efectos imprevisibles, de manera que las redes de alcantarillado urbano no pueden absorber toda el agua y a menudo llegan al límite de su capacidad.
En esta línea, y debido a los fenómenos meteorológicos extremos y el crecimiento de la urbanización en algunos puntos, gran parte de nuestra infraestructura de tratamiento de aguas residuales existente ya no resulta adecuada. La mayoría de redes de tuberías urbanas deben ampliarse y repararse, y deben diseñarse nuevas estructuras de saneamiento para desafíos sin precedentes.
Por todo ello, y con motivo del Día Mundial del agua, que se celebra el próximo 22 de marzo, y del ODS 6 de la ONU (que persigue garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos), resulta muy importante considerar la necesidad de implementar equipos de saneamiento de alta capacidad para ciudades y núcleos urbanos muy poblados, que permitan canalizar y a la vez filtrar las aguas residuales y pluviales, evitando que el agua contaminada llegue al medio natural, especialmente, en episodios de temporal.
Los países ricos deben ayudar a los países pobres a encontrar soluciones para poder garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos, y conseguir que los 2.400 millones de personas que todavía hoy carecen de acceso a servicios básicos como retretes y letrinas puedan acceder a ellos.
En el terreno de la agricultura, que es el mayor consumidor de recursos de agua dulce del mundo, resulta imprescindible continuar desarrollando sistemas de riego eficientes y fiables, que permitan ahorrar agua y energía en toda la cadena agroalimentaria y proporcionar una vía frente a la variabilidad de las precipitaciones causada por el cambio climático.
Igualmente, también resulta muy necesario apostar por soluciones de energía verde, como la energía hidroeléctrica, que suministra más del 70% de toda la electricidad renovable en el mundo, y que permite recurrir a sitios remotos y geológicamente complejos para generar la energía que necesitamos para las ciudades y la industria.
Es por este motivo que en Amiblu nos esforzamos por reducir el impacto medioambiental de nuestra actividad productiva. Entre otros, en nuestro proceso de fabricación, utilizamos únicamente energías renovables; trabajamos con resinas recicladas –que tienen un menor impacto en el medioambiente–, y revalorizamos nuestros residuos para la construcción de carreteras. Además, nuestras tuberías y soluciones de PRFV tienen una vida útil superior a los 150 años y duran generaciones, para mantener nuestra preciada agua segura y para que todos los habitantes del planeta puedan acceder a ella. Y es que en un mundo en constante transformación, aquellos que sean capaces de adaptarse y aprovechar al máximo los cambios saldrán victoriosos.